SE PUBLICA LA OBRA COMPLETA DEL POETA GADITANO CARLOS ÁLVAREZ, DE LA GENERACIÓN DEL 60 EN EDITORIAL ADESHORAS

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La obra está conformada por dos volúmenes de quinientas páginas cada uno. Se trata para la literatura española de un verdadero acontecimiento literario.

Recientemente tuvimos oportunidad de escribir sobre Carlos Álvarez en nuestra obra “Poetas del 60. (Una promoción entre paréntesis)”, escrita al alimón con el poeta y profesor Alberto Torés, presentada en el Ateneo de Madrid en el mes de junio con presencia de buen número de poetas de esta generación entre los que están, además del propio Carlos Álvarez: Francisca Aguirre, Antonio Hernández, Diego Jesús Jiménez, Vázquez Montalbán, Hilario Tundidor, Manuel Ríos Ruiz, Benito de Lucas, Rafael Ballesteros, Rafael Soto Vergés, Rafael Pérez Estrada, Ángel García López y Félix Grande.

Sobre la poesía de CARLOS ÁLVAREZ decíamos en su momento lo siguiente:

La poesía de Carlos Álvarez está centrada en el amor y la muerte. Pero también sus correlatos y complementarios: el odio y la vida. A la vez que la esperanza, la angustia y la fe. Sin embargo, habrá un acontecimiento que marcará su vida y su obra: el fusilamiento de su padre, capitán de asalto, por el régimen de Franco cuando tenía tres años. Un hecho que con el tiempo engendrará una actitud vital, unas emociones y sacudidas sobre la necesidad de expresar a través de la literatura su razón de ser y estar en el mundo, pero también como un elemento esencial para transformar la sociedad o, al menos, para concienciarla.

Es entonces cuando se da cuenta de que la conformación de la propia sensibilidad y su forma de estar en el mundo tiene mucho que ver con el concepto de utilidad vital. De ahí nace el compromiso lírico y la actitud ética que siempre ha estado presente en su producción y, en ocasiones, en su pensamiento político: “Quizá por ello, la poesía de Carlos Álvarez ni quiere ni puede tampoco ser analizada en términos exclusivamente estéticos. Quizá como le pasaba a Neruda, su poética es también política, y estos versos, quizá también, están comprometidos políticamente y deben ser juzgados también a partir o a través de ese compromiso”[1].

Carlos Álvarez es uno de nuestros escritores casi clandestinos de los años sesenta más humanos y su conocimiento llega más desde el exterior que desde el interior, acaso por la publicación de sus primeras obras en el extranjero y por haber sido “condenado” a un cierto ostracismo. Fruto de ello es la concesión de algunos premios muy importantes entre los que podemos citar el Lovemanken danés o la Medalla del Consejo Mundial de la Paz en Helsinki, como reconocimiento de su compromiso ético y literario; otorgado este último cuando se encontraba en la prisión de Carabanchel por sus ideas políticas.

Este hecho ha traído como consecuencia que su poesía se haya adscrito tradicionalmente a la poesía social, olvidando una componente experimental y culturalista que también posee. La simbiosis entre la poesía del compromiso social, el culturalismo y el experimentalismo lo hace un escritor infrecuente y poco clasificable: “Lo mismo que su amigo Blas de Otero postulaba, Carlos Álvarez quería escribir de cara al hombre de la calle, con las palabras cotidianas, pero el poso de sus lecturas suele dejarse notar con un acentuado culturalismo”[2].

Su poesía ha sido definida por José Esteban como compleja y «ni quiere ni puede ser analizada en términos exclusivamente estéticos».  Álvarez no ha negado sus raíces en la lírica del compromiso con autores como Ángela Figuera Aymerich, Blas de Otero, Jaime Gil de Biedma, Diego Jesús Jiménez, Francisco Brines, Buero Vallejo, José Hierro y Rafael Alberti. Pero como decía Arranz[3], existe mucho más en su obra que el compromiso: “Decíamos que los poemarios de Álvarez trasiegan por los senderos de la experimentación, a la búsqueda del beneficioso contagio de otras disciplinas: El testamento de Heiligenstadt(1985) se acerca al poema sinfónico y el Aullido de licántropo (1975) a la novela cinematográfica (…) También la poética de Carlos Álvarez es la de un largo ajuste de cuentas con este crimen, la de la liberación de los horrores de la cárcel y la evocación de un padre ausente, la poesía convertida en hilo de vida, en la única esperanza ante el desespero”.

El propio Álvarez ha definido su poesía como “la expresión reveladora de un momento de sorpresa. La poesía consiste en que, de una manera extraña –que no sabríamos nunca definir- ponemos en comunicación con el objeto del que estamos hablando una parte del sentimiento del propio creador y crea algo diferente, indefinible. La poesía ha sido, en un momento determinado, una necesidad vital (…) Empecé a escribir con la intención de convertir mi palabra en un arma (…) Claro, la poesía no es un instrumento para cambiar el mundo pero sí puede ser un instrumento para crear en una persona la necesidad de cambiar el mundo”[4].

El periodo más importante de su producción se produce en los años sesenta y poco antes de que llegue la Transición. Lo que nos induce a pensar en esa concepción del poema apegado a un proyecto social evidente. Skrevet pa murene (Escrito en las paredes) (1963) se publicó en danés inicialmente, en la ciudad de Copenhague, y con esta obra consiguió el premio Lovenmanken en ese año. Desde este libro inicial, uno de los referentes de su poesía es Antonio Machado y el concepto de poesía en el tiempo, pero añade algunas ideas más que complementan esa visión y lo conectan con la lírica de Celaya y Blas de Otero: la palabra debe tener, además, una proyección finalista, una eficacia para unos fines cuya justicia se evidencia y aspira a que tenga un carácter y un amplio recorrido entre los ciudadanos. Una poesía abierta y cercana, despojada de recursos retóricos y dirigida al corazón.

En pocos años publica en diversos países varios libros; el primero se publicó en sueco en la ciudad de Estocolmo, Ord som Piskor (Palabras como látigos) (1964); el segundo en París, gracias a Ruedo Ibérico, Noticias del más acá (1964); en Roma y con un prólogo de Rafael Alberti y María Teresa León Poesia dal carcere (Poesías de la cárcel) (1965), que incluyeNoticias del más acá con otros poemas de Escrito en las paredes. Fue publicado y, de nuevo en Estocolmo, Papper funna aven fange (Papeles encontrados por un preso) (1966). Finalmente, ya en España, Escrito en las paredes (1967). Prestuplenie Soverchilos V Madride (El crimen fue en Madrid) es una antología en ruso que se publicó en Moscú, Estos que ahora son poemas (1969), una antología de sus libros publicados fuera y de cosas inéditas, y, finalmente, Tiempo de siega y otras hierbas (1970).

Surge la noción de palabra como coincidencia y esa voz dolorida que acude al encuentro del poeta, una poesía que mana del concepto y aspira a la comunicación. A veces recurre a símbolos como la manzana, en esa búsqueda de la razón de ser de la poesía como anticipo del corazón del hombre, último sentido de su discurso poético: “Entonces la manzana/ marcará la medida del corazón del hombre”. Adopta la temática del río, de tan clara raigambre manriqueña, y más tarde machadiana, para recuperar el concepto de existencia:”Tu río es como un pulso vacilante,/ y el mar está muy lejos,/ pero si no te olvidas de los otros/ y acompasas el ritmo de tu tiempo,/ acaso entonces puedas/ llegar hasta la mar en buen momento”. En esa imprecación existe siempre una voluntad de búsqueda y de no caer ante los embelecos de la existencia, no cejar ni un solo momento y luchar permanentemente, a través del símbolo de ese mar manriqueño al que debemos llegar. Una esperanza que debe estar siempre alimentada con las cosas sencillas y ese afán prometeico.

Las imágenes de la tierra, el mar, el río, la lucha… se aclimata en estos textos sencillos, directos y con valor simbólico. El espíritu de Antonio Machado está muy presente en ellos. Incluso en algunos de carácter dialógico, con la presencia del concepto de esclavitud y libertad. Canta a la persona humilde, a ese héroe cercano, no a esos héroes de armadura, sino aquellos “están con nosotros en la tierra/ sembrando su sudor y alimentándola”. Son poemas donde surge la percepción de tierra herida, la sombra de la guerra, la solidaridad, el hombre que sufre y la metáfora de la siembra como un acto de esperanza: “Seguiremos sembrando, por lo tanto…/ Seguiremos sembrando, hasta que crezcan/ y salgan a la calle las palabras:/ esas nobles palabras que alimentan”.

Trata de reflexionar sobre la existencia, bucea en la verdad del ser humano, en su esencia en la tierra y, tenazmente, revela esa necesidad de no cejar en el empeño y tener como horizonte la esperanza. En ocasiones se anuncia el amor, tan cercano y complementario del odio, como decíamos, o la intuición de identidad, tan machadiano, como en el poema “Noticia de mí mismo”; y, definitivamente, el tiempo en su constante y anodino deambular: “La mirada nerviosa a los relojes,/esa/ vigilancia del tiempo, la recuerdo/ como una adquisición de la primera/ madurez reflexiva”.

Pero en última instancia siempre hallaremos la fortaleza del ser humano, la mirada del otro, el reconocimiento en él: “Y estoy seguro/ que si logro pasar este molesto/ telón que nos separa/ descubriré que son como yo quiero,/ como quisiera ser/ aunque ese gesto,/ aunque ese gesto de dolor lo impida…/ ¡tan parecidos entre sí y conmigo!/ más o menos iguales,/ más o menos hermanos”.

En Papeles encontrados por un preso existen poemas dedicados a su madre (“la verdadera guía de mis pasos…/ el imantado afán de mi sendero”) sobre la que siente ese desgarro de ausencia, junto a otros de ámbito familiar donde también se constata la presencia del padre o la geografía de presidios que sirve de horma a su vida. Y esa sensación de vacío como en el poema dedicado a Azaña: “Somos igual que la gallina ciega/ dando vueltas en corro…/ y nuestra mano con su grito/ la solidez de un cuerpo al que agarrarse”. Pero, sobre todo, florece el canto a la tierra, a los parias que la trabajan y habitan, la memoria de Machado, Miguel Hernández, el dolor presente y la solidaridad con las personas que sufren. Una visión poética reflejada en “Poética al estilo de Espronceda”, donde aseveraba la sinceridad poética y la necesidad del grito como símbolo de liberación, el hombre en lucha. Una poesía siempre impura, siempre comprometida, que no brota de “los jardines mágicos, dolientes”, en clara alusión a Juan Ramón Jiménez.

En 1972 escribe en francés …Mais ce seront Derain des pieces du dossier (…Serán mañana piezas del sumario), una antología poética que se publicó en Grenoble, y un año más tarde Eclipse de mar (1973), donde emerge la simbología y el efecto poderoso de la libertad y el surgimiento de un día poderoso. Situaciones reales (un constipado, una verbena, el metro, la calle, las tabernas, el tema de la identidad los mitos de la antigüedad, o la temática del pan amargo en el poema que da pie a este título) que conducen a un sentimiento de pérdida también y falta de libertad pero con una presencia cercana de la ironía y un espíritu batallador que expresa la ambición de no cejar y buscar salidas: “Pregunto por mí mismo. Reconozco/ que soy un tema para mí obsesivo./ Quiero saber quién soy, qué materiales/ forman esa substancia que responde”.

El mismo año que publica Aullido de licántropo (1975), en concreto el 6 de febrero de ese año, el Tribunal de Orden Público lo sentenció a cuatro años, dos meses y un día de prisión menor. La muerte del dictador el 20 de noviembre, sin embargo, evitó el cumplimiento de esa condena. Con Aullido de licántropo (1975), publicado en varias ocasiones: en la colección Ocnos… y más tarde en 2014 vuelto a reeditar por Manuel Rico en Bartleby Editores, quiso Carlos Álvarez hacer “un canto al marginado social y a la persona que no es como todo el mundo, que piensa y que se lleva mal con la sociedad de su tiempo. Y me refugié para expresar eso en el Hombre Lobo, y en la segunda parte lo pongo en pugna con los otros monstruos tradicionales de la literatura cinematográfica que simbolizan las clases sociales, como Drácula (el aristócrata) y Frankenstein (la carne de cañón). Estamos abocados a generar una nueva clase de personas poco formadas, y España ha tenido siempre un considerable nivel de incultura y una excesiva influencia de la Iglesia, que ha sido siniestra”[5]. Afirmaba Álvarez que con este libro quiso trasladar una imagen literaria y poética –la del licántropo- de la marginación individual.

Es un libro insólito en el que se mezcla el verso y la prosa, y está construido a modo de ficción en la que un traductor recibe un manuscrito en lengua inglesa escrito a dos manos por un poeta, Larry Talbot (el licántropo, alter ego de Álvarez, que, como él, sufre la cárcel) y un glosador innominado, que hace como de psiquiatra o analista social, e irá comentando los poemas a la vez que cuenta la historia del licántropo. Al respecto decía Carlos Álvarez[6] en la presentación en la fundación Caballero Bonald: “No es encasillable, no es un libro de poemas, no es una novela… Yo suelo decir que es una novela poemática. Es un libro incomprensible porque a mí no me dejaban publicar nada, no solo por el carácter de la poesía social que yo escribía entonces, sino porque yo era un hombre conflictivo contra el franquismo y estuve varias veces en la cárcel. Y es que es asombroso que esta obra pasara inadvertida, demuestra lo analfabeto que eran entonces porque es mucho más subversiva que la mayoría de mis obras poemáticas. Pensarían que era una cosa de Hombre Lobo…, así que la censura no la prohibió. Pero tuve la mala suerte de que cambió el distribuidor y también pasó inadvertido a efectos de distribución”.

Con esta obra pretendió Carlos Álvarez realizar una crítica a la condición humana y a la dictadura franquista de un modo más concreto, por cuyas cárceles de Carabanchel y Cáceres pasó en los años 64 y 65. Sobre él decía Rico[7] que es un libro complejo y comprometido con cierto aire culturalista, con el que refleja las contradicciones individuales y colectivas en esa visión esquizofrénica del hombre-lobo que adquiere una enorme actualidad: “En la segunda década del siglo XXI cuando en el mundo global, en Europa y en España se intenta establecer como verdad incuestionable la lógica de los mercados y la democracia política y social sufre los embates de poderes económicos ocultos, no elegidos, y se tiende a uniformar las conciencias, ‘vacunándolas’ contra cualquier idea alternativa, el libro de Carlos Álvarez es un canto de rebeldía, una crítica de fondo a la sociedad”.

Versos de un tiempo sombrío (1976) fue compuesto en la prisión de Carabanchel entre abril de 1974 y agosto de 1975. El propio autor lo recordaba en el siguiente fragmento: “Y lo inevitablemente recordable fue especialmente siniestro: los setenta días de incomunicación que tuve que soportar, primero por declararme en huelga de hambre (estuve en tal situación dos semanas) con la mayoría de los presos políticos, y a continuación por la prolongación del castigo como consecuencia de haber tenido un enfrentamiento con un funcionario durante ese período. (Fue entonces cuando compuse mentalmente, con el lápiz de la imaginación en el papel de la memoria, ya que en tal situación no se dispone de otros materiales, Versos de un tiempo sombrío, un libro de sonetos)”[8]. Ese tiempo sombrío iba ya por los cuarenta años (cuarenta y tres tenía Álvarez) y como dice Arturo del Villar[9], “había preguntado Bertolt Brecht: ‘En los tiempos sombríos, ¿se cantará también?’, y él mismo se respondió: ‘También se cantará, sobre los tiempos sombríos’. Es lo que hizo Carlos Álvarez, al componer estos Versos de un tiempo sombrío, y todos los anteriores, correspondientes a la misma etapa del terror fascista, inspirados por la rabia y la angustia de vivir sin libertad”. En ellos nos habla de esa indecisión ante el paso del tiempo durante la noche “en que el amor fugitivo se cuela por entre las llagas del tiempo y se vuelve inalcanzable, secreto, y a la vez vulgar, estragador, asfixiante que, insistimos, es necesario para comprender su poesía (…) Incluso, el amor materializado en admiración artística por la actriz Alida Valli, pasión multiplicada e inmarcesible que habita en el alma del poeta, es incompleta: la actriz rechaza el corazón entregado del jerezano que se venga invocando los estragos del paso del tiempo”[10].

A partir de ese proceso de transición que se inicia con la muerte de Franco, se produce una acumulación de títulos y, en unos pocos años, aparece un buen número de ellos, acaso por esa irrupción creada por esas perspectivas de libertad ante un poeta que había sido prohibido. Lo que puede producir en su lírica una cierta tendencia hacia planteamientos más intimistas y menos sociales. Algo que fue apuntado en su momento, en la fecha de 1977, por Aurora de Albornoz[11]: “Carlos Álvarez es poeta testimonial siempre; pero si es cierto que, con frecuencia, da testimonio de hechos históricos de carácter colectivo, no es menos cierto que también puede dar testimonio de sentimientos o experiencias de carácter íntimo”.

En 1976 publica Como la espuma lucha con la roca y durante 1977 Poemas para un análisisLa campana y el martillo pagan al caballo blanco y Los poemas del bardo (recopilación de los dos libros anteriores incluidos en Lumen), con las que apuesta con traducir en el poema el lenguaje de las cosas, las que forman parte del cotidiano vivir y están en la existencia o en la propia naturaleza: “Las palabras del risco, las del llano,/ la de esos largos ríos que no buscan/ su vocación de mar, cicatrizados;/ traducir el mensaje del silencio/ parece lo inmediato”. En los poemas de La campana… surge el tema de la memoria a través de la imagen de ese niño que aparece de pronto, pero también un tiempo de esperanzas y de frustraciones. Su poesía se hace más intimista, bucea en ese interior que tantas cosas trata de explicarse, los temores de antaño y ese mundo que palpita con fortaleza y la preferencia por los sueños aunque haya muchos naufragios presentes. Hay también una inmersión conceptual en el amor con su dialéctica del sexo y la rendición de amor en estos versos de aire clásico cercanos también a la muerte: “Poco la herida de mi dardo dura/ cuando al amor apunto, ni ese poco:/ de bruma se disfraza si lo toco,/ si rendirme pretendo a su ?gura”. Se trata de poemas escritos en la prisión de Carabanchel en junio y julio de 1975, durante su último encarcelamiento ya comentado.

En 1978 publica en la Editora Nacional una Antología y la obra Dios te salve, María… y algunas oraciones laicas (1978) y en 1980 Cantos y cuentos oscuros, dedicado a las víctimas de la sociedad y otros valores eternos. En él surge de nuevo la temática del río, que como un Guadiana, está presente como columna vertebral de su obra enhebrando una visión poética poderosa y comprometida. Palpita entonces esa sensación de abandono e insustancialidad, de olvido y de inconsistencia: “Ya no tiene el susurro transparente,/ ya no tiene la risa espontánea que permita/ mirar en su interior”. Increpa a Jesucristo y su eterna espera en una línea muy de Blas de Otero y Miguel de Unamuno (“Pero siempre pasaste indiferente/ sin en mí reparar”), aparece la figura del padre o los poemas en prosa como el de “El extraño caso de Edward Hyde y el doctor Henry Jekill”, o el narcisismo de Dorian Gray. Y, sobre todo, la música clásica, siempre presente, como un correlato de su existencia.

En 1984 publicó Reflejos en el Iowa River, una obra que adquiere siempre actualidad por su rechazo ferviente del imperialismo americano, la denuncia de su sistema político, a la vez que la aceptación implícita de su ambiente cultural, toda vez que esta obra nació con motivo de una estancia en la Universidad de Iowa (EE.UU.) en un encuentro internacional de escritores en 1983. Una obra recia, penetrante e intensa en la que el motivo del río actúa como un gran símbolo que aglutina los espacios y el tiempo con la necesidad de que trascienda el instante (1983) y la situación (el río Iowa). Podemos considerar esta obra como todo un canto a la tierra, un sentimiento que, a veces, desgarra y en otros penetra con la suavidad de lo reflexivo, animado por un discurso narrativo que accede al lector con la bondad de una historia que se cuenta con esmero. El río animado a través de las constantes prosopopeyas nos llega de la mano de las apóstrofes que actúan como un juego literario con el río, con el que se trata de establecer una especie de diálogo. Si Poeta en Nueva York supuso para Lorca la confirmación de una degradación naciente sin salida a la esperanza, a veces puede resultar algo similar en el espíritu y en la vocación de su descripción: “Se te hiela la sangre… te transformas en un puñal que hiere”. Hay una vocación personificadora que nos lleva a crearlo con sus palabras y sus imágenes, a identificarlo con todos los ríos, con cualquier río porque en el fondo son todos muy parecidos, pero se pregunta el poeta por qué ese gesto adusto del río hacia él: “¿Por qué entonces, gran río, el gesto estéril,/ la palabra enemiga y no el abrazo?”. Un sicoanálisis del río, una crítica, unos afectos y sentimientos hacia él que conforman los sentimientos y los afectos a toda una comunidad, a toda una nación, en su nombre y símbolo. Así se verá tomando el tema del vencimiento y de la permanente juventud en el poema dedicado al retrato de Dorian Gray. El tiempo, en toda su dimensión, se aúna con el paisaje y ese afán por definir lo innominado y van creando el río. Pero si recurre a la poesía y sus símbolos, también a la música y al cine, como en el poema “Bijou movie house”, dedicada a José Luis Garci y llega la imagen antigua de los cines de barrio, las voces de su adolescencia. O bucea en la importancia del lenguaje, la necesidad del lenguaje, en voz de Wittgenstein, para construir el camino, cuando dice: “Porque no me obligaron cuando niño,/ pude aprender mi idioma. En otro caso,/ de haber sabido que era imprescindible,/ que sin lenguaje no tendría piernas/ para andar los caminos, manos ágiles/ para coger el verso de los campos,/ mis ojos no verían otra cosa/ que la cal de una noche interminable;/ ciego y sordo sería, tronco inmóvil:/ árbol sin rama en mi contemplaríais”. En este mundo, que está esculpiendo con el buril de su presencia y de su memoria, no podían faltar los principios, quizá el más reconocido, el de solidaridad y la vuelta a Madrid para sumergirse en el vértigo del presente y se pregunta si habrá vuelto más rico o si en realidad está bajo la luz o la sombra.

Dedicado a su madre, con El testamento de Heiligestadt (1985) asistimos a ese maridaje entre la música de Beethoven que era para él su compositor más destacado (siempre hablaba de que no le gustaba el flamenco, a pesar de ser andaluz, pero le encantaba el compositor alemán) junto a personajes legendarios de la mitología o la literatura: Edipo, Jasón, Tántalo, Aquiles (con la recreación de la historia de Patroclo), Orestes, Hamlet… Con los que nos adentra en la dualidad de luces y sombras, de Grecia y Andalucía. Una conciliación de memoria y cultura en una extraña simbiosis en la que el elemento determinante y axiomático es la música de Beethoven: “[…] Andalucía…/ estirpe de un titán esclavizado/ por el poder oscuro de los dioses,/ pisoteada viña que no encuentra/ su cauce en que sembrar la savia propia/ condenada al exilio, hambre de brisa/ calcinada en los predios señoriales/ de quien maneja el látigo, la usura […]”. La imagen de Andalucía que proyecta es triste, con su “terco claoscuro”, un paisaje humilde por el que cruzó la historia, una visión que está también muy presente en algunos de estos poetas, como su amigo Antonio Hernández o Manuel Ríos Ruiz. Su verso adquiere entonces tonalidades épicas y se manifiesta la literatura griega y la mitología para crear una visión poderosa pero también la memoria de la sangre (“La descarga sin luz de los fusiles”) y la tierra herida (como en el poema dedicado a Antonio Hernández); sobre todo, la condición del ser humano “desvalido en su soledad si no encontrara en quienes lo rodean la firme roca donde afianzar su estatura”.

A partir de 1987 publicará las siguientes obras: Volver a la patria y otros comentarios (1987), De palabra y por escrito (1990) y Entre el terror y la nada (1991), del que decía Arturo del Villar[12] que era un “libro de verso y prosa también citado antes, impreso en Madrid en 1989, pero no distribuido hasta dos años después. El terror era el impuesto por la dictadura, y la nada esta situación a la que nos ha conducido la domesticación de los partidos antiguamente considerados de izquierdas”.

En 1993 Cauce del profundo río (1993) y Memoria del malentendido (1993), un malentendido que se asocia al hecho de la existencia donde como en la novela de Antonio Prieto, Una y todas las guerras, ser produce una sucesión de guerras y dictaduras, de campesinos sin tierra y esclavos sin pan. El poeta se pregunta si merece la pena escribir sobre un asunto tan ingrato. De ahí que en el poema “Yo, la revolución” pase revista a las revoluciones europeas que llevaron a la muerte a los esclavizadores del pueblo: la Británica de 1649 que cortó la cabeza a su rey Carlos I, la Francesa de 1789 que guillotinó a su rey Luis XVI, y la Soviética de 1917 que fusiló al zar Nicolás II, para descubrir que tras ellas volvieron los herederos de los amos de siempre a ser los explotadores de los parias de siempre, como dice Arturo del Villar.

Por último, Tercera mitad (Antología poética) (2007). Aunque, en los últimos tiempos, durante este año 2014, se ha publicado como ya decíamos, Aullido de licántropo.

Como colofón consideramos necesario citar estas palabras de Antonio Hernández publicadas en el prólogo que dedica a Carlos Álvarez en la publicación de los Cuadernos del Aula José Cadalso en donde se recogen de un modo sucinto y preciso la visión literaria del poeta jerezano: “Hablar a estas alturas de la poesía de Carlos Álvarez es hacerlo de un álbum de fotografías donde la misma persona aparece transformada en lo que sus sucesivas edades determinan: una poesía del todo inocente, pura en una formación que se identifica con la virginidad expresiva; otra en la que ya duele lo que rodea y que se corresponde con la adolescencia del romanticismo; una tercera en que ese romanticismo tiene como blanco de su intención el hombre sojuzgado, la toma de conciencia de una madurez que se expresa solidaria; otra más en que esa sazón se ha vuelto hacia dentro porque dentro está la fruta de la almendra, y una última y definitiva y dominante en que todo se ha dispuesto de manera en que aparecen juntos el niño, el muchacho, la persona madura y el joven que siempre será porque deja para el misterio una imagen que nos enseña su alma más que la continuada metamorfosis de su cuerpo. Eso suele ocurrir con los grandes poetas, o con los grandes artistas, que no tienen rostro porque tienen diez siglos de sabiduría y esa cantidad de años no hay cuerpo humano que la aguan

[1]           Esteban, J.: “Introducción” en Tercera mitad de Carlos Álvarez. Antología poética, Madrid, Editorial Eneida, 2000, p. 15.

[2]          Villar, A. del: “Carlos Álvarez: Su compromiso poético-político” [en línea]. Dirección URL:<http://poetacarlosalvarezcruz.blogspot.com.es/&gt;.

[3]           Arranz, D. F.: “La poética de la disidencia de Carlos Álvarez”, El invisible anillo, p. 69-70.

[4]           Temporelli, M.: “Entrevista a Carlos Álvarez”, Tribuna, 28 de enero, p. 22.

[5]           Cala, A.: “Entrevista a Carlos Álvarez”, Diario Jerez, falta fecha.

[6]           Cala, op. cit.,

[7]           Rico, M.: “El aullido del poeta Carlos Álvarez” en Aullido de licántropo de Carlos Álvarez, Bartleby Editores, Madrid, 2014, p. 16.

[8]           Álvarez, Carlos: “Las mentiras de Homero” y otros comentarios, Madrid, Aurora, 2010, p. 32.

[9]           Villar, Arturo del: “Celebración jubilar del poeta Carlos Álvarez, a los 80, 50 y 20 años de su historia”, [en línea]

[10]          Arranz, op. cit.

[11]          Albornoz, A.: “Prólogo” en La campana y el martillo pagan al caballo blanco, Madrid, Ed. Ayuso, 1977.

[12]          Villar, op. cit. p. 15.

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